viernes, 15 de diciembre de 2017

LA FORJA DEL 'REBELDE' ARTURO BAREA

ANTONIO LUCAS
El único audio de Arturo Barea: reflexiones, exilio y periodismo EL MUNDO
El Instituto Cervantes recupera la memoria literaria del autor de 'La forja de un rebelde' y uno de los grandes escritores silenciados del exilio


En 2010, el británico William Chislett convocó a un grupo de ocho personas. Les unía la admiración por la obra de Arturo Barea (Madrid, 1897-Oxford, 1957). Meses antes había localizado en el pequeño cementerio inglés de Faringdon, cerca de Oxford, la tumba del escritor y de Ilse, su segunda mujer. Una lápida deteriorada, casi anónima, confiscada por el musgo. Entre los ocho llamados a la causa de aupar de nuevo al autor de La forja de un rebelde enviaron cartas a la embajada española en Inglaterra para solicitar que se restaurase la tumba. El silencio administrativo se impuso y decidieron hacerlo de otro modo: 23 euros por cabeza bastaron para mejorar la piedra, grabar mejor el nombre y combatir el olvido acumulado sobre uno de los autores fuertes del exilio español. La de Chislett & Cía. no sólo fue una aventura literaria, sino un ejercicio de memoria y de dignidad. Otro más hecho desde fuera.Algunos miembros de aquel grupo de salvamento se reunieron ayer en la sede del Instituto Cervantes de Madrid para seguir diciendo en voz alta el nombre del escritor e insistir en su expedición vital. El motivo es la muestra que recorre su escritura: Arturo Barea: la ventana inglesa, abierta hasta el 16 de marzo y de la que es responsable William Chislett. En las vitrinas, sus libros en español y en inglés. En una de las paredes, unos auriculares que reproducen la única grabación que existe (hasta ahora) de la voz del escritor, realizada en Córdoba (Argentina) en 1956. Y al lado, un mapa que señala los lugares de Madrid donde desarrolló su vida hasta la Guerra Civil.
Barea marchó a Inglaterra junto a Ilse (como poco después Chaves Nogales) cuando el desastre ya dejaba ver un desastre aún peor. Y allí acumuló, previo paso desesperado por París, un éxito notable como creador y como periodista en la BBC para las emisiones a Latinoamérica. «El primer acto de Inglaterra para mí», dijo en alguna ocasión, «fue abrirme sus puertas, simplemente porque era un desgraciado sin patria por defender ideales de humanidad y fraternidad dentro de una comunidad libre que había perdido su libertad por la violencia. El segundo fue ayudarme en mi miseria».Antonio Muñoz Molina, uno de los ocho bareanos, lleva años insistiendo puntualmente en la necesidad de recobrar la estela, el surco literario del autor de La raíz rota y la autenticidad de su mirada cívica. Señalando que en Inglaterra ha sido mejor tratado que aquí. Barea, el hijo de una lavandera de la explanada de la Casa de Campo. Barea, el amigo de Pla. Barea, joven bárbaro cercano a Lerroux. Barea, el censor republicano de los textos de los corresponsales de guerra extranjeros, con oficina en el edificio de Telefónica de la Gran Vía. Pero, principalmente, Barea el escritor: aquel que confeccionó en la trilogía de La forja de un rebelde (llevada a televisión por Mario Camus) uno de los frescos más detallados y expresivos de los dramas de España en el primer tercio del siglo XX. «Este hombre tuvo siempre una situación difícil en la historia de la literatura española. No perteneció al mundo literario, del que se sintió ajeno. Y, muchos años después de muerto, su biografía tampoco se ajustó a las ortodoxias que se exigían en los días de la Transición para rehabilitar a los creadores del exilio».En ese clima extraño caben otras singularidades, como que La forja de un rebelde se publicara primero en inglés (traducido por su mujer) y la edición española, desaparecido el manuscrito, fuese un volcado al español. «Siempre ha estado mejor recordado en su país de acogida que aquí», denuncia Chislett. «En el verano de 1936», incide Juan Manuel Bonet, director del Cervantes, «acumuló visiones de la guerra, pero también de la necesidad de no cerrar los ojos. Su testimonio es implacable sobre lo que sucedió en aquel sangriento periodo».Con lucidez y amargura miró a España. Y en el destierro tuvo cómplices notables, de George Orwell a Gerald Brenan. De algún modo encontró en Inglaterra la dosis de sosiego necesaria para seguir caminando sin mirar demasiado atrás, para emprender una existencia plena de literatura. Escribía, cocinaba guisos españoles para los amigos, hacía de payaso en las fiestas del pueblo británico donde se instaló... Pero la vocación de la escritura fue en su caso una brazada más contra la inercia de la corriente. Es otra de las miles de víctimas no sólo del golpe de Estado de Franco, sino del rodillo de silencio impuesto después por la dictadura. «Y, como extrañeza, en los años en que la encrucijada ideológica de Europa se balanceaba entre el comunismo y el fascismo», apunta Muñoz Molina, «él se hizo miembro del Partido Laborista británico». Otro modo de acuñar su instintiva vocación de mantenerse fuera de sitio. Arturo Barea mantiene aún hoy esa escarcha de olvido póstumo que cubre a algunos hombres decididos hacer la vida a solas, sin tribu. Atendiendo a lo suyo aunque sin descuidar la verdad de los otros, pero convencidos de que la independencia de movimiento, de distancia y de silencio es el mejor metal nocturno para no perder nunca el sitio de ser uno mismo.


http://www.elmundo.es/cultura/literatura/2017/12/14/5a3180c3e2704e79798b45d3.html

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